Desde su llegada a la Casa Blanca en 2017, el presidente estadounidense Donald Trump tuvo como objetivo de política exterior eliminar uno de los legados más importantes de la administración de su antecesor Barack Obama: el acuerdo nuclear con Irán (Joint Comprehensive Plan of Action – JCPOA, 2015).
Durante la campaña electoral de 2016 que lo contraponía a la candidata demócrata Hillary Clinton, Trump manifestó la intención de abandonar el JCPOA argumentando abiertamente de forma falaz e inadecuada que la administración Obama habría pagado alrededor de 150 mil millones de dólares a Irán para firmar el acuerdo.
En realidad, la cifra mencionada se relaciona a activos de Irán en EE.UU. que se han desbloqueado con el levantamiento progresivo de las sanciones, según lo previsto en el JCPOA.
Este acuerdo, sin ninguna duda perfectible, constituía el primer paso en la estrategia de Obama para normalizar las relaciones diplomáticas con Teherán gracias al esfuerzo conjunto del Grupo 5+1, formado en ese entonces por EE.UU., el Reino Unido, Francia, Rusia, China y Alemania.
A pesar de ello, Trump retiró a los EE.UU. de dicho acuerdo en 2018, sin haberse producido una violación del régimen de los ayatolás reportada por el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), aplicando la nueva estrategia denominada “maximum pressure” caracterizada por políticas agresivas y el incremento de sanciones para llevar a Irán a negociar un nuevo acuerdo más restrictivo en lo nuclear.
Esta nueva estrategia de la Casa Blanca ha debilitado al gobierno reformista del presidente iraní Hasán Rohaní, en el cargo desde el 2013, fortaleciendo a los grupos conservadores que apoyan políticas más agresivas hacia Occidente, los Estados Unidos, e incluso una mayor represión en el ámbito doméstico.
En este contexto se produjo en el mes de enero el asesinato del general Qasem Soleimani, líder de la Fuerza Quds (Al-Quds) de la Guardia Revolucionaria Islámica (Pasdaran), principal autor de la política exterior de Irán y figura carismática del régimen.
El general participó en la guerra Iran-Irak (1980-1988) incrementando su fama y reputación como oficial de los Pasdaran y sucesivamente como líder de la fuerza especial de estos últimos, Al-Quds, especializada en operativos en el exterior.
Soleimani tuvo un rol fundamental en la elaboración de la política exterior de Teherán y en la expansión de su área de influencia formando milicias chiítas en varios teatros operacionales (siendo Líbano, Siria, Irak y Yemen los principales), transformándose en un personaje público durante la campaña iraní de apoyo a Irak y Siria contra el Estado Islámico.
Según la versión estadounidense, el general era el responsable último de las manifestaciones violentas contra la embajada americana en Bagdad (Irak) que culminaron los primeros días de enero, siendo el principal organizador de las milicias chiítas iraquíes, y supuestamente estaba planeando acciones en contra de Estados Unidos.
Sin disminuir el papel del líder de la Fuerza Quds en los acontecimientos mencionados y su rol en la elaboración de políticas concernientes a los EE.UU., la hipótesis más probable que justifica su eliminación con un ataque de dron en la autopista que llevaba al aeropuerto de Bagdad en pleno territorio iraquí, está relacionada a aquello declarado por el ex premier iraquí Adil Abdul-Mahdi. Según el político iraquí, Soleimani ha sido asesinado porque se encontraba en Irak en medio de negociaciones con Arabia Saudita, rival histórico del régimen de los ayatolás, y habiendo excluido de la mediación a los Estados Unidos.
La estrategia estadounidense de la administración Trump oficialmente prevé un repliegue de la proyección militar directa de EE.UU. en el exterior para concentrarse en temas internos y disminuir los gastos relacionados; sin embargo, el peligro de esta estrategia es quedar fuera de las negociaciones estratégicas y dejar “espacios vacíos” que serán tomados por otros actores políticos estatales o no estatales.
Por estas razones, la eliminación de Soleimani ha desencadenado en los siguientes hechos: 1) la paralización de las negociaciones reservadas de Irán con Arabia Saudita; 2) se ha develado la dificultad de Teherán en controlar los aparatos de defensa aérea durante una escalada de tensión; 3) el fortalecimiento de los conservadores que ganaron las elecciones congresales iraníes del 21 de febrero de 2020.
Antes que todo, el asesinato de Soleimani ha paralizado las negociaciones con Arabia Saudita, cuya intención era la de encontrar un equilibrio de poder en Oriente Medio con su rival chiíta, considerando las diferentes war by proxy que involucran directa e indirectamente los dos Estados (principalmente Yemen y Siria).
Un acuerdo entre Riad y Teherán constituiría un avance en la estabilización de la región, mal visto por Israel, con consecuencias relevantes en el precio del petróleo y en su tráfico a través del Estrecho de Ormuz –controlado por Irán, Omán y Emiratos Árabes Unidos– donde transita el 40% de este hidrocarburo comercializado en el mundo.
El sucesor del general, su colaborador Esmail Ghaani, es mucho más conservador que su antecesor y difícilmente reanudará el diálogo con Riad en el corto plazo por las desconfianzas recíprocas existentes.
En segundo lugar, la escalada de tensión ha enseñado la dificultad y los puntos débiles de Irán en controlar el espacio aéreo nacional, cometiendo el dramático error de derribar el vuelo comercial Ukraine International Airlines el 8 de enero.
El accidente se produjo durante el despegue del avión civil del aeropuerto internacional Imán Jomeini en Teherán, confundido con un sistema hostil por una batería antiaérea TOR que ha disparado dos misiles, uno de los cuales derribó la aeronave matando a todos los ocupantes. Inicialmente el régimen iraní negó cualquier responsabilidad, intentando ocultar el derribo, sin embargo, esta estrategia ha sido insostenible por las varias fuentes de inteligencia extranjeras, por lo que días después se tuvo que reconocer lo ocurrido.
Llama la atención que una defensa antiaérea por capas y con redundancia, que involucra varios sistemas de armas y tipologías de misiles, sufra de una debilidad tan simple y peligrosa para el tráfico aéreo civil como carencias en los sistemas IFF (identification friend or foe, identificación amigo/enemigo). La escalada de tensión, entonces, ha enseñado los límites de la capacidad profesional y de gestión del aparato de defensa iraní.
Finalmente, el asesinato de Soleimani ha favorecido a los conservadores en las elecciones del 21 de febrero de 2021 (caracterizadas por una participación del 42%, la más baja de la historia de Irán), permitiendo al movimiento Mostafa Mir Salim ganar consenso y allanar el camino a su líder, el ex alcalde de Teherán Mohammad Bagher Qalibaf, en las elecciones presidenciales de 2021. De manera paralela, el presidente actual Hasán Rohaní ha endurecido sus posturas lo que impide una posible negociación con Estados Unidos de persistir la política de “maximum pressure”.
En la práctica la distancia entre “halcones y palomas” se ha reducido sensiblemente, reduciendo la posibilidad de escoger opciones moderadas de negociación en el corto plazo, imposibilitando la normalización de las relaciones diplomáticas y comerciales entre ambos países.
¿Cómo evolucionarán las relaciones entre Estados Unidos e Irán? En base a lo ocurrido, es muy probable que en el 2020 se sucederán escaladas de tensión y desescaladas para evitar un conflicto directo que ninguna de las dos partes quiere por razones distintas: Irán es consciente de la imposibilitad de confrontarse militarmente con EE.UU. en una guerra convencional, mientras la administración Trump no quiere involucrarse en un nuevo conflicto en un año de campaña electoral. Por su lado, el Senado estadounidense liderado por los republicanos, seis semanas después del asesinato selectivo del líder de Al-Quds ha aprobado una resolución de poderes de guerra para limitar la capacidad del mandatario de adoptar acciones militares contra Irán sin su autorización. Con una votación de 55 (47 demócratas y 8 republicanos) contra 45, la Cámara Alta estadounidense ha reaccionado con irritación a la decisión del mandatario de no avisar a los representantes del Congreso –como de costumbre– del ataque contra un blanco sensible como Soleimani.
Es probable que el presidente estadounidense siga con la política hasta ahora infructuosa de “maximum pressure”, endureciendo los tonos también en vista de las elecciones presidenciales aprovechándose del efecto “rally ‘round the flag” identificado por el politólogo John Mueller. Según Muller, los mandatarios estadounidenses incrementan su aprobación en crisis o caídas de popularidad con decisiones afirmativas y agresivas en política exterior, para aglutinar la opinión publica estadounidense bajo el patriotismo. Además, no parece carecer de fundamento lo que dijo el general Patton a sus soldados durante la segunda guerra mundial, en la víspera del D-Day (5 junio de 1944): “Los americanos [estadounidenses] aman a los ganadores. Los americanos no tolerarán perdedores. Los americanos desprecian a los cobardes. Los americanos luchan para ganar”.
En las próximas elecciones, con los demócratas empeñados en las primarias para escoger a un contrincante creíble que pueda desafiar al presidente, este último podrá acercarse a su reelección apuntando a una economía interna en expansión (a pesar del temor de una posible recesión), al éxito favorable ante su juicio político y al efecto “rally ‘round the flag” que podrá favorecerlo en momentos en los cuales su aprobación se encuentre en dificultad.
Por otro lado, el régimen de los ayatolás sufre las crecientes sanciones estadounidenses y la disidencia interna sobre todo por parte de las nuevas generaciones que piden cambios bajo la paradoja que ha sido la política de EE.UU. la que ha debilitado a los reformistas favoreciendo a los conservadores iraníes, desencadenando un espiral represivo que probablemente aislará ulteriormente al país favoreciendo un liderazgo hostil hacia Occidente.
En el contexto medio oriental, políticas asertivas y agresivas pueden generar efectos inesperados en un tablero tan complejo que involucra variables de variada naturaleza y donde es posible conocer solo cómo empezar un conflicto y no cómo acabarlo.