- Introducción
En 1990, cuando se desploma el orden bipolar de Estados Unidos y la Unión Soviética, el producto interno de China era veinte veces más pequeño que el de Estados Unidos. A 2020, la diferencia se ha reducido a 1.5 veces y sigue acortándose. En términos de paridad de poder adquisitivo, China ya tiene la primera economía del mundo. Al mismo tiempo, Beijing ha logrado traducir su crecimiento económico en una impresionante red de influencia económica y diplomática y un gran poderío militar; por ejemplo, ha llegado a construir la marina de guerra más grande del planeta (Banco Mundial 2020; Kalyanaraman 2020).
En efecto, tres décadas después de la caída del que denominamos Orden de la Guerra Fría (1945-1990) y luego de algunos reordenamientos transitorios, la polaridad, o distribución internacional de poder, ha vuelto a adquirir una fisonomía bien definida, que podría ser duradera. Nuevamente se distingue dos grandes polos de poder, en este caso Estados Unidos y China.
Desde comienzos del siglo XXI China apareció como un nuevo polo con extraordinaria fuerza, sobre todo en lo económico. Hace siete años (2013) reveló su propósito de rivalizar con EE.UU. y convertirse en una superpotencia integral, alineando importantes herramientas para lograrlo.
Por su parte, Washington ha reconocido, tal vez un poco tarde (en su Estrategia de Seguridad 2018), que Beijing no se comporta precisamente como un solícito aprendiz de sub-hegemón sino como un rival global al que debe hacer frente.
Creemos que no puede hablarse de un orden apolar frente a la presencia ubicua de estos dos gigantes; ni tampoco de multipolaridad, porque no se divisa en el panorama internacional actual, ni se anticipa a mediano plazo, otro polo de poder e influencia que se acerque al nivel de EE.UU. y China (habida cuenta de que hay diferencias entre ambos).
Puede prestarse a confusión que tanto la diplomacia china como la rusa se refieran a un designio de hacer el mundo “más multipolar”, pero esta es solo una expresión retórica para decir, en realidad, menos unipolar, es decir, menos centrado en EE.UU.
Si hiciéramos un esfuerzo y quisiéramos encontrar otros posibles polos, podríamos mirar a la Unión Europea (considerada a comienzos de siglo por algunos como una nueva superpotencia). Hallaríamos que en cincuenta años de empeño no ha conseguido convertirse en un actor internacional unificado[1] y que desde 2008 viene padeciendo disensiones y crisis internas (incluyendo la salida del Reino Unido). Otros actores individuales de peso, como Alemania, India, Japón o la misma Rusia, simplemente no revelan en su comportamiento el propósito de formar un polo independiente.
- Órdenes Transitorios desde 1991
A la repentina desaparición de la Unión Soviética siguió la constitución por default de un orden unipolar encabezado por EE.UU. (1991). En un mundo inestable por el fin del ordenamiento de la Guerra Fría, Washington se abocó inicialmente a reorientar los rumbos del ex bloque soviético, a fortalecer su propia inserción en la economía mundial (NAFTA y otros arreglos regionales) y a pacificar el Medio Oriente.
El atentado de las Torres Gemelas favoreció la adopción de una estrategia de inspiración neoconservadora de implantar a ultranza la democracia liberal, empezando por el convulsionado Medio Oriente.
Fue en este empeño —en Afganistán, Iraq y también en la “Primavera Árabe”— que Washington empleó, infructuosamente, sus mayores energías en su momento triunfal de ejercicio no contrastado de poder en el mundo.
Los altos costos y pobres resultados de las acciones radicales de Washington pronto se reflejaron internamente en un vuelco adverso de la opinión pública, que fue devolviendo el poder al Partido Demócrata. Al mismo tiempo, una gran crisis financiera (2008) remeció el país (cambiando la actitud de la población hacia la interdependencia económica) y se extendió por el mundo, creando penuria y mostrando una vez más la cara catastrófica del capitalismo.
En el plano político-económico internacional se desvanecían, mientras tanto, las condiciones para un orden unipolar: Brasil, Rusia, India y China (BRIC) unían fuerzas para contrapesar el poderío estadounidense; el G20, incluyendo varias potencias emergentes, era incorporado a la gobernanza mundial; Rusia volvía a actuar independientemente en Georgia, con el impulso propio de una gran potencia; y la China cosechaba los frutos de su ascenso económico con una creciente influencia política en el Asia.
En ese momento, después de 17 años (2008), consideramos que se puede hablar del fin de un Orden Transitorio Unipolar de EE.UU. y del tránsito a un orden internacional en el que el ascenso e influencia de China se vuelven de importancia central. A este segundo orden transitorio lo denominamos del Ascenso de China.
¿Pudo haber arrojado distintos resultados para el futuro de la polaridad el orden unipolar de EE.UU. y el ejercicio de un poder global por Washington?
Los estadistas estadounidenses impulsaron de manera unilateral desde 2001 un orden de contenido controversial y basado en la fuerza, que era poco viable a largo plazo. Pese a esta predilección por la fuerza, también puede decirse que fracasaron desde un punto de vista Realista, al poner su mayor empeño en objetivos que no eran esenciales para la prolongación de su primacía (destruir el Fundamentalismo Islámico y controlar el Medio Oriente).
Diluyeron así los esfuerzos para neutralizar las que en realidad eran las mayores amenazas para que se diera un segundo “Siglo Americano”: el ascenso de China y la recuperación de Rusia.
En efecto, en el Asia, a partir de 2008, China se convierte en el primer socio comercial de la mayor parte de sus vecinos. Desempeña un rol central en redes regionales de producción industrial que hacen a sus vecinos acumular superávits comerciales con ella. Al mismo tiempo, participa activamente en organismos y foros regionales, sobre todo en torno a Asean, motor de la integración regional. En el plano bilateral, celebra cumbres frecuentes y promueve la cooperación con todos sus vecinos.
La demanda china de materias primas y alimentos sostiene desde 2003 un constante crecimiento económico y un mayor protagonismo internacional de muchos países en desarrollo, especialmente en América Latina.
La economía china provoca dramáticas expansiones en la demanda mundial de hierro y cobre. En 2009, pasa a ser la segunda importadora de energía del mundo (detrás de EE.UU.). A nivel de exportaciones, supera en el primer puesto mundial a Alemania (2009). En 2010, aumenta en 51% su comercio con América Latina, 37% con Asean y 33% con África (donde supera como primer socio a EE.UU.). Por otro lado, China se convierte en la primera economía receptora de inversión directa en el mundo. A través de la compra de Bonos del Tesoro, se vuelve el primer país financiador del déficit comercial de EE.UU. También se convierte en 2010 en un exportador neto de capital en la forma de inversión directa. En resumen, a partir de 2008, la evolución de la economía china tiende a condicionar poderosamente la marcha de la economía mundial.
Sin embargo, a estas alturas el ascenso de China adquiere también implicancias políticas en el orden internacional. Esto lo viene a percibir más claramente Washington con la nueva administración demócrata de Obama (2009), que toma el relevo en un cambiado entorno internacional.
Lo que más preocupa a Washington no es la actuación multilateral de China en foros como el de los BRIC o el G20, ni sus crecientes lazos económicos con América Latina, sino los avances económicos y políticos que viene realizando en Asia del Este y el Sudeste, donde EE.UU. ha sido desde 1972 (gracias a la Déténte con China) la potencia hegemónica, contribuyendo de manera decisiva a la estabilidad y la paz en ambas áreas.
Entre 2009 y 2011, EE.UU. lanza su política de Pivote al Asia, con la cual afirma su “regreso” a la región, alejándose de la concentración que habían tenido sus acciones en el Medio Oriente durante los gobiernos de Bush. Washington apunta a subrayar un compromiso de largo plazo con el Asia-Pacífico y a convertirla en el área principal de su estrategia global en los campos militar, diplomático y económico. Para los chinos, se trata de una política de contención regional.
China, por su parte, prosigue su línea de “Desarrollo Pacífico”, subrayando una política exterior de paz, confianza mutua y cooperación, aunque en la práctica incluye algunas acciones y reacciones fuertes de carácter diplomático y militar en el Asia (sobre todo en relación con reclamos territoriales) y continúa incrementando su gasto militar.
- China define un mundo bipolar
Una inflexión significativa se produce con la asunción de Xi Jinping como Secretario General del Partido Comunista Chino, quien proclama la Estrategia de una Nueva Era en la evolución internacional de China (2013). En ella Beijing hace explícitos sus propósitos de promover su influencia global hasta igualar el status de EE.UU. y desarrollar una posición de liderazgo internacional. De esta manera, simplemente busca ajustar sus aspiraciones a la nueva realidad de poder que en décadas anteriores ha forjado.
Tres instrumentos respaldan de inmediato la nueva estrategia (entre 2013 y 2015): el Banco de Desarrollo de los BRICS y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, llamados a liderar el financiamiento de proyectos de desarrollo en Asia y otras regiones emergentes; y la Iniciativa de la Franja y de la Ruta (BRI), un sistema interconectado de transporte, energía e infraestructura digital que se extenderá desde Shanghai hasta Lisboa, registrado en la Constitución China como el proyecto central de la Nueva Era.
El avance de la Iniciativa de la Franja y la Ruta ha sido importante; a la fecha el proyecto lo han suscrito alrededor de 65 países de Asia, Medio Oriente, África Oriental y Europa (incluyendo 16 países de Europa del Este e Italia). Rusia, a través de la Unión Económica Euroasiática, se ha asociado con China para el desarrollo de la Franja terrestre. Por otro lado, en la línea del objetivo estratégico de completa modernización de las Fuerzas Armadas, China ha registrado un aumento sin precedentes en la construcción de buques de guerra en 2014-2018 (Brands y Sullivan 2020).
Más allá de los objetivos de la Estrategia de Xi, el acercamiento de China con Rusia ha sido notable: cooperación energética y financiera; una cuasi alianza militar; y cooperación en la explotación de recursos en Siberia y el Lejano Oriente Ruso.
En este contexto de nuevas ambiciones y avances de Beijing, es importante señalar que la Estrategia de Seguridad de EE.UU. 2018 pasa a considerar a China como un competidor y a prever que, sobre todo en Asia Pacífico y Europa, EE.UU. tendrá que enfrentar a lo largo del espectro del conflicto una serie de retos de parte de China y también de Rusia.
El panorama más reciente muestra, por el lado de China, la continuación de su ascenso, incluyendo un eficiente aunque controvertido manejo de la pandemia del Covid-19 (así como las potenciales ventajas que derivaría de este manejo y de una temprana recuperación económica). Por el lado de EE.UU., por el contrario, aparece una brusca tentativa de reacomodo hegemónico por la administración Trump, disminuyendo costos y compromisos externos y apelando al unilateralismo. Esta actitud ha traído fricciones de Washington con sus aliados y una erosión del liderazgo internacional estadounidense, así como serios desacuerdos internos. También incluye últimamente la adopción de una actitud más crítica y aun hostil hacia China.
Este panorama nos mueve a pensar que las distancias relativas en poder y niveles de influencia entre China y EE.UU. se han acortado aún más y que Washington parece contemplar una estrategia de confrontación que le ayude a frenar y disminuir a un actor al que ya considera su adversario global. De esta manera, podría afirmarse que desde 2017 (comienzo de la administración Trump) nos hallamos en un orden propiamente bipolar y con tendencia a una mayor polarización.
El Orden transitorio del Ascenso de China alcanzó a durar solo una década (2008-2017); no condujo, a diferencia por ejemplo, del ascenso de Alemania frente a Inglaterra (1871-1914), a una gran guerra entre los principales protagonistas. La actual interdependencia económica entre ambas potencias podría explicar la ausencia de una guerra; sin embargo, los lazos económicos no han tenido el peso suficiente para llevar a un entendimiento estabilizador, aun temporal, entre EE.UU. y China.
Entendemos que el ordenamiento anterior acabó porque se llegó a una aproximada paridad de influencia global entre la potencia ascendente y la hegemónica. También porque EE.UU. renunció a sus curiosas expectativas de que China se adaptaría a los valores y normativa originales del orden existente y aceptaría una segunda posición jerárquica en este.
Es cierto que ambas potencias no se hallan en condiciones idénticas. EE.UU., al igual que en su situación frente a la URSS durante el orden de la Guerra Fría, mantiene la capacidad de presidir un clima hegemónico (a base del conjunto de sus capacidades militares, económicas y normativas) y tiene una mayor injerencia en el manejo del orden global.
China, por su parte, ha dejado de ser una potencia emergente; ahora es una potencia establecida en el primer nivel de la jerarquía de Estados, cuyo poder incluso podría superar al de EE.UU. en el curso de esta década (Kalyanaraman 2020). Sin embargo, los valores de China no coinciden completamente con los valores centrales del orden y sus intereses compiten con los de la potencia hegemónica y rectora del orden.
Beijing aspira, entre otros reajustes, a una redefinición de ámbitos de influencia. En términos geopolíticos y geoeconómicos, plantea respetar los intereses estadounidenses en las Américas y el Este del Pacífico, a cambio de una actitud similar de Washington con respecto a los intereses chinos en el Pacífico Oeste y el Asia.
Con ello implica nada menos que el abandono de los compromisos de seguridad de EE.UU. en el Este y Sudeste asiáticos (Kalyanaraman 2020). Al mismo tiempo, muestra una deferencia hacia los intereses estadounidenses en América Latina que podría afectar la profundización de las relaciones económicas de nuestra región con el gigante asiático (tema que merecería otro artículo).
REFERENCIAS
Alcalde, J. (2017). Las potencias del cambio. Rusia, India y China en la transformación del orden internacional. Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú.
Brands, H. y J. Sullivan (2020). China has two paths to global domination. Washington DC: Foreign policy.
Kalyanaraman,S. (2020). The China-India-US Triangle: Changing balance of power and a new Cold War. New Delhi: Manohar Parrikar Institute for Defence Studies and Analysis.
[1] Desde la década de 1970 con el proceso de Cooperación Política y luego el Informe Tindemans.