Mientras escribo estas líneas, se produce el retorno a clases de miles de estudiantes venezolanos de educación primaria y secundaria, pues se terminan las vacaciones del calendario escolar. Un detalle que no puede dejar de mencionarse: unos 200.000 jóvenes no regresarán a clase, quedarán este año, fuera del sistema educativo. La necesidad del menor de trabajar y la falta de recursos para comprar la comida o para pagar el transporte público, incidirán en el abandono del sistema. Esto es una tendencia desde el 2005; se calcula que más de un millón de niños menores de doce años, abandonaron la escuela por estos motivos. Dentro de esto, está que 130.000 han solicitado sus notas con una certificación, lo cual a todas luces indica, que se están yendo a otro país.
Lo anterior es apenas una de las puntas del iceberg. Cualquier aspecto de la vida de un país (salud, seguridad ciudadana, pobreza, inflación, etc.) hace crisis en Venezuela, así el Gobierno se empeñe en prohibir la divulgación, maquillar o esconder las cifras.
Venezuela ha vivido hasta hace poco, cuatro meses de intensas confrontaciones internas, las cuales por el número de fallecidos, heridos y detenidos, han soltado las alarmas en la comunidad internacional. Pareciera ahora que esa situación hubiera declinado, al menos para quienes observan la realidad venezolana desde el exterior: nada más lejos de la verdad.
En realidad, las estrategias de una y otra parte han sufrido cambios en su orientación aunque no en sus objetivos. Por la parte gubernamental, es evidente que entendieron que Nicolás Maduro no es Chávez ni nada que se le parezca, por lo que optaron por construir un estadista propio, un traje a la medida de Maduro y no un disfraz de Chávez. Aunque invocando el recuerdo y el legado del fallecido (en la web de la Presidencia está presente el #ChavezVivirasParaSiempre), el discurso ahora se centra en seguir posicionando a Maduro dentro y fuera del país.
Tan pronto ganó la última contienda presidencial (hay dudas aún sobre esas cifras, nunca terminadas de aclarar) inició una campaña denominada “Gobierno de calle”, un esfuerzo atrápalo todo (campañas de vivienda propia, salud, educación, seguridad, alimentos etc.) para reconquistar el millón de votos que se esfumaron en el chavismo entre octubre del 2012 y abril del 2013. Maduro no ha dejado de visitar importantes bastiones regionales donde ellos perdieron las elecciones y se ha desplazado a países amigos del chavismo para dejar su propia impronta a través de la suscripción de Acuerdos y dádivas y hasta hizo un viaje clave al Vaticano, queriendo demostrar que él también es católico, dejando una puerta abierta a la potencial facilitación de la Iglesia Católica, hecho que terminó mal pues se quiso hacer ver que el Papa Francisco había tomado partido por Maduro, lo cual sólo era producto de una manipulación política y afectó muchísimo al proceso.
En los viajes al exterior y en algunos discursos en provincias, lo más comentado han sido sus constantes boutades, desvaríos, actitudes contradictorias y metidas de pata, a lo que él responde, argumentando ser una persona del pueblo, un ser humano sencillo, que puede equivocarse.
A la oposición, sin duda le ha tocado la parte más difícil pero a la vez retadora. Impugnar todo el proceso electoral de abril del 2013, a sabiendas que todos los organismos públicos venezolanos no deciden de acuerdo a Ley sino por “órdenes superiores” —por lo cual, todo pasó por agua tibia y quedó en nada— alentar y mantener vivo el espíritu de lucha a contracorriente de un oficialismo avasallante y que no escatima en seguir arremetiendo contra todas y todos los que no avalen el actual gobierno y, en el plano internacional seguir denunciando lo que pasó —y sigue pasando— en Venezuela.
Mientras tanto, Maduro debe seguir luchando contra la constante inflación (la proyección del 2017 es que superará el 800% y para el 2018, será de 2.068%), el incremento de la inseguridad (más de 50 homicidios diarios sólo en Caracas) y el desabastecimiento alimenticio y de medicinas en constante ascenso. Basta una cifra: para comprar un litro de leche, se necesita el salario de siete días.
Siguen las manifestaciones y huelgas universitarias y de gremios de todo tipo que se dan a lo largo y ancho del país, siendo fuertemente reprimidas por las fuerzas del orden, complicándole la vida al gobierno, aunque este trate de menospreciar la voz de la calle. Se han comprobado torturas y actos de humillación y sometimiento a estudiantes y otras personas que han participado en marchas y protestas, vulnerando descaradamente sus derechos humanos, muchos de ellos, juzgados en tribunales militares, pisoteando así sus derechos constitucionales. Este tema ya ha llegado a la Corte Penal Internacional y la oficina del Alto Comisionado para los DDHH pidió al Consejo del área que examine la posibilidad de tomar medidas para evitar que se agrave la situación en el país gobernado por la dictadura de Nicolás Maduro. “La democracia en Venezuela está apenas viva, si todavía está viva”, dijo el Alto Comisionado, Zeid Ra’ad al Husein.
Maduro es un defensor a ultranza de la influencia y presencia de los intereses de Cuba en la política venezolana, mientras que su supuesto amigo y cómplice, el Ex Presidente de la Asamblea Nacional Diosdado Cabello, tiene sus simpatías puestas en los altos mandos militares venezolanos. Nicolás Maduro sigue haciendo cambios en las cúpulas castrenses para crearse aliados incondicionales y los coloca en cargos claves de los Programas de distribución de comida y de Jefes de las Regiones, una plataforma que supuestamente debe impulsar el desarrollo integral de las regiones, pero que hasta ahora no muestra resultados visibles, pues más bien choca y entorpece el trabajo de los Gobernadores (Presidentes Regionales). Aún así, se sabe que desde hace tiempo, hay malestar en los medios intermedios de las Fuerzas Armadas por la presencia de cubanos en posiciones estratégicas dentro de los cuarteles y centros militares, así como por las milicias civiles armadas y violentas, heredadas de la época chavista. Algunos de los militares que se han rebelado, están detenidos y otros, no habidos.
En otro orden de ideas, hay un tema central dentro de la política venezolana que se ha agravado con los años: me refiero a la corrupción. Esta no es un invento chavista ni mucho menos, pero como dice Gustavo Gorriti, en la revista CARETAS, “la corrupción no es excepcional sino extendida, intensa y dominante”. El aparato estatal está profundamente atravesado por este cáncer que avanza y se multiplica. Las redes y conexiones alcanzan todos los niveles y se llevan por delante a quienes osen intentar obstaculizar sus tentáculos. En tiempo de elecciones, esto ha sido aún más evidente por no decir descarado. Pero lo peor de todo, es que una gran mayoría de la población ha asistido —tolerado y aceptado— pasivamente este decepcionante espectáculo. Fortunas hechas de la noche a la mañana, teniendo además el desparpajo de no ocultar sino más bien exhibir las manifestaciones de esa riqueza fácil, ya sea en casas, autos, yates, joyas, fiestas y viajes. Para esta generación conocida como los “boliburgueses”, no hay control ni topes de divisas cambiarias, como sí para el resto de la población. En Venezuela se dice que, el día en que esta olla se “destape”, los Vladivideos o los archivos de la Stasi alemana, van a parecer simples cuentos infantiles.
Como se sabe la actual Constitución de la República, contempla el llamado a Referéndum y esto está fundamentado de la siguiente manera:
Artículo 72: Todos los cargos y magistraturas de elección popular son revocables. Transcurrida la mitad del período para el cual fue elegido el funcionario o funcionaria, un número no menor del veinte por ciento de los electores o electoras inscritos en la correspondiente circunscripción, podrá solicitar la convocatoria de un referéndum para revocar su mandato.
Si se aceptara como válida la elección del 14 de abril de 2013, la posibilidad de un referéndum en el primer semestre del 2016, era perfectamente constitucional, pero el Consejo Nacional Electoral hizo lo imposible para obstaculizarlo, complicarlo y, finalmente eliminarlo. Luego vino el impasse en el Tribunal Supremo de Justicia, en su manifiesto deseo de anular todo lo aprobado por la Asamblea Nacional y para colmo, el órgano electoral, sacó de un sombrero mágico no un conejo, sino una Convocatoria pendiente y tardía a Elecciones Regionales (no de Alcaldes ni de otros cargos), en fecha (próximo domingo 15 de octubre) y términos impuestos y nada consultados y con una lista interminable de irregularidades que no resisten la menor mirada jurídica.
Y de repente, el primero de mayo de este año, Maduro, ese mismo que hasta el día anterior, mostraba orgulloso la Constitución Chavista de 1999, indicó que convocaría una Asamblea Nacional Constituyente, eludiendo los requisitos previstos en la Constitución y el resultado ya está a la vista y paciencia de todos: una Asamblea Constituyente de un solo color y sabor y que se erige como un supra poder, empezando ya a desmontar el esqueleto de lo poco que le queda a la democracia venezolana.
Por todo lo anteriormente expuesto, a la hora de buscar posibles salidas a la crisis, en realidad, Venezuela se encuentra entre la espada y la pared.
Las Mesas de Diálogo han sido hasta ahora un rotundo y completo fracaso, pues sólo han servido al régimen para ganar tiempo, aplicar estrategias de confusión para dividir y manipular a la oposición y profundizar su esquema totalitario, ahora a través de la Asamblea Nacional Constituyente. Aún así, hay diversos intentos de reanudar los diálogos pero la desconfianza de ambas partes y de la ciudadanía en general, es enorme.
Los esfuerzos internacionales han sido varios y de diversa índole, donde se destaca la clara línea de la Cancillería del Perú de coadyuvar a rescatar la democracia venezolana, aunado al esfuerzo de otros países amigos y de varios organismos como la OEA, la UE, ONU, UNASUR y otros. Si después de las elecciones regionales, los resultados no le gustan al régimen, lo más probable es que la “Asamblea Super poderosa” encuentre la forma de desconocerlos o montarles estructuras paralelas de poder, como ya se ha hecho en el pasado reciente, con la posibilidad de que la calle vuelva a incendiarse y tengamos una guerra civil con sus terribles consecuencias. Hemos planteado que en ese caso extremo, sería necesaria la presencia por ejemplo de los Cascos Azules, pero ello requiere un permiso del gobierno del país en crisis y de la anuencia del Consejo de Seguridad, donde otros intereses geopolíticos y económicos se mueven.
Los jugadores de dominó dirían: “el juego está trancado”.